martes, 25 de noviembre de 2008

Cuando la violencia se hace escolar

Frente a los trágicos sucesos de violencia escolar, sobre todo cuando estos toman altos grados de virulencia, no sólo se despierta una enorme tristeza en nuestros corazones, sino también una inquietud y sobre todo una búsqueda desesperada de soluciones. Cuando la violencia se personifica en niños y/o adolescentes, cuando estos se provocan lesiones severas, cuando atacan a sus profesores, cuando utilizan armas y cuando son causa de muerte de uno de sus compañeros, nos encontramos ante un panorama desolador. Todas las voces se han alzado analizando a los diferentes actores sociales que producen esta violencia o que hipotéticamente la producen. Pero olvidan reflexionar en qué condiciones están colocados los niños y adolescentes, obligados a ir a horas de monotonía, encierro y sufrimientos, dentro de la escuela.

Se fomenta la falacia de que la educación en la escuela es el motor para superar desigualdades, cuando desde el vamos instala desigualdad: están los alumnos “sobresalientes”, los “normales” y los “retrasados”. Importarte detenerse en este último punto: los maestros y/o profesores, al calificar o tratar de menos capaces a sus alumnos por sus equivocaciones naturales o por la baja calificación en sus exámenes, pueden llegar a producirles un daño irremediable en la autoestima. Se coarta la socialización al separar a la población estudiantil por edades. La institución escolar es homogenizadora y exclutoria, el ritmo de las clases y los contenidos no se acomodan a los deseos ni al tiempo de aprendizaje de cada uno de los alumnos, sino que se atienen a lo que dice el programa y se aplica a todos por igual sin excepciones. Ni siquiera se considera el estado emocional de los educandos y por consecuencia se deja de lado a los que no se adecuan a ese ritmo. Sobre todo tengamos presente que muchas escuelas expulsan a los estudiantes que repiten de año. El encierro dentro de los muros y rejas de dicha institución es una de las más tempranas experiencias de los niños con la jerarquía, deben obedecer ciegamente al maestro o serán castigados. Se los corrige y mortifica continuamente limitando su poder de decisión y no posibilitándoles desarrollar un pensamiento crítico, condicionándolos a la hora de desenvolverse en forma autónoma. Este tipo de maltrato mutila la capacidad de aprendizaje para crear dependencia hacia a las instituciones y la tecnocracia. Además, los chicos se encuentran sometidos a la presión de exámenes que no son otra cosa que crueles interrogatorios. Con una concepción reduccionista, a los que no se amoldan a este tipo de rutina reglamentaria como forma de control, se les diagnostica ADD ( Trastorno por Déficit de Atención). Lo que sigue es una peligrosa medicación, lo más común es que les receten ritalina. Las insolencias, la mala voluntad, la pereza y rebeldías son efectos de ese régimen de represión al que se cree indispensable someterlos para prepararación para la vida.

Se entiende por educación al proceso directivo mediante el cual se brinda instrucción y también se impregnan valores y formas de actuar con el fin de integrar al educando a la sociedad. Por ese motivo es interesante plantearse quién educa y para qué. Es simplemente preguntarse si se educa con respecto a la necesidad del alumno y/o de la comunidad, o a los intereses del Estado y el Capital.

Desplazando a la familia, el Estado es el que se otorga la potestad indelegable de educar a todos los habitantes de la región. Las escuelas privadas también están sujetas a su autorización, reconocimiento y supervisión. El Estado se toma el atrevimiento de decidir el tipo de vida que van a llevar en adelante los chicos al lavarles el cerebro con la falsa dicotomía entre civismo o totalitarismo. El Estado no tiene ni la capacidad ni el derecho de educar a nuestros hijos.

Es necesario comprender la estrecha y compleja interdependencia que existe entre la maquinaria escolar y la forma de producción de nuestra sociedad. La forma de producción es obviamente capitalista y su protector es el Estado. Por lo que el gobierno entonces se dedica a educar según los paradigmas sociales que nos rigen: para la dependencia, la competitividad y la división del trabajo. El capitalismo es el orden económico que se basa en la propiedad privada. Es decir que la titularidad de los medios de producción pertenece a los capitalistas que se nutren del trabajo asalariado. Aunque la riqueza social es fruto de la labor cooperativa de los trabajadores, queda en manos de los capitalistas por ser estos los poseedores de los medios de producción. Todo aquel que se levante contra este injusto sistema de reparto es reprimido atrozmente. La supuesta paz social que nos brinda el Estado está forjada por el terror infundido por las armas de la policía y el ejército. No existe entonces paz social. Lo que se toma como tal es un sistema de dominación social. El Estado se sirve de la violencia para mantener un sistema económico basado en la exclusión. Se requieren ciudadanos, es decir personas que acepten su posición de desventaja. Por ese motivo el Estado necesita adoctrinar y la maquinaria escolar es uno de sus instrumentos más efectivos. Por medio de perversas técnicas pedagógicas se logran reproducir relaciones sociales de sometimiento. ¿Por qué por ejemplo, para dar un caso, es común llamar a asesinos y genocidas con el título de próceres argentinos? Los contenidos del programa escolar legitiman a la autoridad, a las instituciones estatales, el robo ( la propiedad privada) para justificar la explotación y el privilegio.

Se podrán citar muchas opiniones sobre la escuela, como también comentar una multiplicidad de experiencias pedagógicas tanto de educados y educadores. Pero me limitaré, al menos en este artículo, a refutar los planteos de quienes aspiran a un cambio social y ven en la escuela el espacio ideal para esa tarea. Dedicaré estas líneas a aquellos que ingresan en la maquinaria escolar con la clara ambición de desarrollar métodos antiautoritarios o convencidos de la “bondad” del sistema. Por lo que deseo remarcar que el mero hecho de que el docente entre al aula -lamentablemente tan parecida a la palabra jaula- y trasmita un mensaje pedagógico dictado por el programa (aunque sea mínimamente) lo posiciona ejerciendo un poder vertical (educador-educando). Por más flexible que se intente ser, no se puede evadir del programa del Ministerio de Educación. El sistema lo empuja inevitablemente a participar de un proceso de reproducción de relaciones que garantiza la continuidad de la explotación capitalista.

De este modo no deberíamos seguir confiando a la escuela la educación de nuestros hijos, ella no va poder resolver el conflicto que nos aqueja porque ella es la verdadera causa de la violencia. La Escuela obliga, no escucha, aburre, somete, castiga, en definitiva la escuela violenta siempre. Impide el desarrollo del apoyo mutuo al potenciar una mentalidad competitiva, por consiguiente consiguen entre otros resultados, un caldo de cultivo favorable a la humillación entre iguales y una predisposición a las bromas pesadas. De tal manera la escuela termina estimulando la agresión. No olvidemos el caso de Javier Romero, hostigado por sus compañeros que lo comparaban con un personaje desgarbado y solitario de la animación de Manuel García Ferré: Pan Triste. El 4 de agosto del 2000, Romero, advirtiendo “me voy a hacer respetar” disparó a más de una docena de alumnos frente a su escuela, la Media Nº 9 de Rafael Calzada, mató a un compañero e hirió a otro.

En la institución escolar se aprende poco en lo que se refiere al “conocimiento”, porque es un centro de coerción. Los que fallan no son los chicos quienes por cierto han demostrado una enorme destreza en la operación de las nuevas tecnologías (informática, videojuegos, telefonía celular), una impresionante capacidad de auto-didactismo producto de su curiosidad innata. Lo que se requiere es entender que ninguna metodología de aprendizaje real podría funcionar en un espacio opresivo. ¿Acaso no es la institución escolar la pesadilla diaria de muchísimos niños y adolescentes?

El Estado no va a intentar reemplazar a la escuela porque pese a todo ésta sigue funcionando acorde a su propósito: mantener la fortaleza de la estructura productiva. Para cualquier empleo se precisan sujetos con capacidad de soportar el aburrimiento y con obediencia a la autoridad. Pero el Estado también necesita la desocupación, para quitarles fuerza a los movimientos de los trabajadores y controlarlos . Por ende para perpetuar la sociedad en que vivimos se requiere seguir formando gente sumisa que se contente con un salario o con un subsidio de desocupado. Después de nuestro análisis podemos concluir que si en vez de luchar por su abolición intentamos una reforma al sistema educativo, sólo terminaríamos favoreciendo al Capital.

Ante una institución que amenaza con estallar, ¿no es hora de que empecemos a considerar alguna alternativa de enseñanza?

DARION

Publicado en el periódico EN LUCHA Nº4 ( AGOSTO –SEPTIEMBRE 2008) Buenos Aires, Región Argentina

jueves, 20 de noviembre de 2008

EL PROBLEMA DE LA ENSEÑANZA

(Primera parte)



Por oposición a la enseñanza religiosa, a la que cada vez muéstranse más refractarias gentes de muy diversas ideas políticas y sociales, se preconizan y actúan las enseñanzas laica, neutral y racionalista.

Al principio, el laicismo satisfacía suficientemente las aspiraciones populares. Pero cuando se fue comprendiendo que en las escuelas laicas no se hacía más que poner el civismo en lugar de la religión, el Estado en vez de Dios, surgió la idea de una enseñanza ajena a las doctrinas así religiosas como políticas. Entonces se proclamó por unos la escuela neutral, por otros la racionalista.

Las objeciones a estos nuevos métodos no faltan, y a no tardar harán también crisis las denominaciones correspondientes.

Porque, en rigor, mientras no se disciernan perfectamente enseñanza y educación, cualquier método será defectuoso. Si redujéramos la cuestión a la enseñanza, propiamente dicha, no habría problema. Lo hay porque lo que se quiere en todo caso es educar, inculcar en los niños un modo especial de conducirse, de ser y de pensar. Y contra esta tendencia, toda imposición, se levantarán siempre cuantos pongan por encima de cualquier finalidad la independencia intelectual y corporal de la juventud.

La cuestión no consiste, pues, en que la escuela se llame laica, neutral o racionalista, etc. Esto sería un simple juego de palabras trasladado de nuestras preocupaciones políticas a nuestras opiniones pedagógicas.

El racionalismo variará y varía al presente según las ideas de los que lo propagan o practican. El neutralismo por otra parte, aun en el sentido relativo que debe dársele, queda a merced de permanecer libre y por encima de sus propias ideas y sentimientos. Mientras enseñanza y educación vayan confundidas, la tendencia, ya que no el propósito, será modelar la juventud conforme a fines particulares y determinados.

Pero en el fondo la cuestión es más sencilla si se atiende al propósito real más que a las formas externas. Alienta en cuantos se pronuncian contra la enseñanza religiosa, el deseo de emancipar a la infancia y a la juventud de toda imposición y todo dogma. Vienen luego los prejuicios políticos y sociales a confundir y mezclar con la función instructiva, la misión educativa. Mas todo el mundo conocerá llanamente que tan sólo donde no se haga o pretenda hacer política, sociología o moral y filosofía tendenciosa, se dará verdadera instrucción, cualquiera sea el nombre en que se ampare.

Y precisamente porque cada método se proclama capacitado no sólo para enseñar, sino también para educar según principios preestablecidos y tremola en consecuencia una bandera doctrinaria, es necesario que hagamos ver claramente que si nos limitáramos a instruir a la juventud en las verdades adquiridas, haciéndoselas asequibles por la experiencia y por el entendimiento, el problema quedaría de plano resuelto.

Por buenos que nos reconozcamos, por mucho que estimemos nuestra propia bondad y nuestra propia justicia, no tenemos ni peor ni mejor derecho que los de la acera de enfrente para hacer los jóvenes a nuestra imagen y semejanza. Si no hay el derecho de sugerir, de imponer a los niños un dogma religioso cualquiera, tampoco lo hay para aleccionarlos en una opinión política, en un ideal social, económico y filosófico.

Por otra parte, es evidente que para enseñar primeras letras, geometría, gramática, matemáticas, etc., tanto en su aspecto útil como en el puramente artístico y científico, ninguna falta hace ampararse en doctrinas laicistas o racionalistas que suponen determinadas tendencias, y por serlo, son contrarias a la función instructiva en sí misma. En términos claros y precisos: la escuela no debe, no puede ser ni republicana, ni masónica, ni socialista, ni anarquista, del mismo modo que no puede ni debe ser religiosa.

La escuela no puede ni debe ser más que el gimnasio adecuado al total desarrollo, al completo desenvolvimiento de los individuos. No hay, pues, que dar a la juventud ideas hechas, cualesquiera que sean, porque ello implica castración y atrofia de aquellas mismas facultades que se pretenden excitar.

Fuera de toda bandería hay que instituir la enseñanza, arrancando a la juventud del poder de los doctrinarios aunque se digan revolucionarios. Verdades conquistadas, universalmente reconocidas, bastarán a formar individuos libres intelectualmente.

Se nos dirá que la juventud necesita más amplias enseñanzas, que es preciso que conozca todo el desenvolvimiento mental e histórico, que entre en posesión de sucesos e ideales sin cuyo aprendizaje el conocimiento sería incompleto.

Sin duda ninguna. Pero estos conocimientos no corresponden ya a la escuela, y es aquí cuando la neutralidad reclama sus fueros. Poner a la vista de los jóvenes, previamerite instruidos en las verdades comprobadas, el desenvolvimiento de todas las metafísicas, de todas las teologías, de todos los sistemas filosóficos, de todas las formas de organización, presentes, pasadas y futuras, de todos los hechos cumplidos y de todas las idealidades, será precisamente el complemento obligado de la escuela, el medio indispensable para suscitar en los entendimientos, no para imponer, una concepción real de la vida. Que cada uno, ante este inmenso arsenal de derechos e ideas se forme a sí mismo. El preceptor será fácilmente neutral, si está obligado a enseñar, no a dogmatizar.

Es cosa muy distinta explicar ideas religiosas a enseñar un dogma religioso; exponer ideas políticas a enseñar democracia, socialismo o anarquía. Es necesario explicarlo todo, pero no imponer cosa alguna por cierta y justa que se crea. Sólo a este precio la independencia intelectual será efectiva.

Y nosotros, que colocamos por encima de todo la libertad, toda la libertad de pensamiento y de acción, que proclamamos la real independencia del individuo, no podemos preconizar, para los jóvenes, métodos de imposición, ni aun métodos de enseñanza doctrinaria. La escuela que queremos, sin denominación, es aquélla en que mejor y más se suscite en los jóvenes el deseo de saber por sí mismos, de formarse sus propias ideas. Dondequiera que esto se haga, allí estaremos con nuestro modesto concurso.

Todó lo demás, en mayor o menor grado, es repasar los caminos trillados, encarrilarse voluntariamente, cambiar de andadores, pero no arrojarlos.

Y lo que importa precisamente es arrojarlos de una vez.

(Acción Libertaría, núm. 5. Gijón, 16 diciembre 1910).
Ricardo Mella